Jesús vio aun hombre que era ciego de nacimiento y lo sanó.
Jesús encontró a ese hombre que ya no era ciego y se presentó como el Mesías. Lo reconoció y creyó en Él.
Sin dudar, sin cuestionamientos.
Los discípulos se preguntaron si la ceguera era resultado de un pecado personal o de sus padres.
Los vecinos se preguntaban si era él o no y cómo se le habían abierto los ojos.
Los fariseos no podían creer lo sucedido. Interrogaron al ciego, a sus papás. Para ellos una persona que no respetara el día de reposo era un pecador y un pecador no podría hacer a un ciego ver.
Un pecador no podría sanar a otro pecador.
“¿Crees en el Hijo del hombre? Respondió él y dijo: ¿Quién es, Señor, para que crea en él? Le dijo Jesús: Pues le has visto, y el que habla contigo, él es. Y él dijo: Creo, Señor; y le adoró.”
Jesús es el enviado de Dios, la luz del mundo, vino a hacer la obra de Dios.
Un ciego de nacimiento pudo ver la Luz que los fariseos religiosos rechazaron.
El pueblo de Israel debía ser luz a las naciones.
La luz del mundo vino a ellos y no la reconocieron.
Tuvieron enfrente al Mesías y lo despreciaron. No lo vieron. Eran ciegos de nacimiento.
No hay peor ciego que el que no quiere ver, dice el refrán.
Yo he venido a este mundo para juzgarlo, para que los ciegos vean, y los que ven se queden ciegos
Jesús confrontó a todos, al ciego, a sus discípulos, a los vecinos, a los fariseos, a los papás del ciego. A ti y a mí.
Somos ciegos. No podemos ver la Luz, a Jesús.
Un día Jesús se apareció y nos dio la vista.
Después de muchas preguntas, así como nuestro amigo de esta historia, la luz resplandeció en nuestros corazones y creímos en Jesús.
Recobramos la vista y le pudimos ver.
Ahora, cada día le podemos ver la luz, a Jesús en la Escritura: Amarle y seguirle.
Aquí el resumen:
Preguntas.
Preguntas.
Más preguntas.
Lo único que sé es que yo era ciego y ahora veo.
Jesús es la luz
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