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Jeremías 52:1-30

“A los diez días del mes quinto del año diecinueve del reinado de Nabucodonosor, rey de Babilonia, su servidor Nabuzaradán, que era comandante de la guardia, fue a Jerusalén y le prendió fuego al templo del Señor, al palacio real y a todas las casas de Jerusalén, incluso a todos los edificios importantes.”

Este es el relato de la caída de Jerusalén.

No hay mucho que decir.

Estoy reproduciendo en mi mente el relato y es como si estuviera viendo una película en blanco y negro.

Rostros desesperados, gritos de angustia, hambre.

Ya no hay lágrimas, se agotaron solo queda la mirada perdida ante la inminente destrucción.

Este es un relato con fechas precisas y contrastes.

Jericó

Aquella primera ciudad conquistada por Dios a Israel, al llegar a la tierra prometida, es el lugar donde Sedequías es capturado por el rey babilonio. Le sacaron los ojos.

El templo

La casa de Dios. El centro de la vida de Israel. La pasión del rey David el eje del reinado de Salomon. Ahora está destruido por el fuego. Tomaron todos los utensilios y los llevaron a Babilonia. Era un tesoro y fueron despojados de el.

Silencio

Hay un silencio más estremecedor que se hace en mi mente y es que el relato no indica que el pueblo haya clamado a Dios, que haya pedido ayuda.

“Al igual que Joacim, Sedequías hizo lo que ofende al Señor, a tal grado que el Señor, en su ira, echó a Jerusalén y a Judá de su presencia. Todo esto sucedió en Jerusalén y en Judá. Sedequías se rebeló contra el rey de Babilonia.”

¡La ira de Dios!

¿La ira de Dios?

¿Cómo explicamos esto?

Si Dios es bueno, ¿por qué se enoja?

La ira de Dios nos revela a un Dios personal, un Dios santo y un Dios justo.

Nunca la expresión de la ira de Dios es un acto colérico y desenfrenado.

Dios se define a sí mismo como “Dios clemente y compasivo, lento para la ira y grande en amor y fidelidad,” (Éxodo 34:6 NVI)

Israel fue destruido y llevado cautivo porque no cumplió el pacto.

Desde el principio, Israel supo con claridad las consecuencias de no obedecer al pacto de Dios.

No solo eso, durante cientos de años, Dios les amonestaba para regresar a Él.

Paciencia, oportunidad y amor extendido.

El trazo de la redención nos ha llevado por una espiral de decadencia hasta la caída final. No es el fin. Porque todo está en el plan. Dios romperá el silencio.

Aquí el resumen:

Un rey sin ojos.

Otro rey implacable.

Una ciudad sitiada.

El templo destruido.

El pueblo deportado.

Dios… ¡sálvanos!

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