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Salmo 1. Ni dichoso ni malvado

Mis trazos siempre han sido torpes.

Ni líneas asistidas por una regla son derechas.

No es para mí el dibujo, ni la pintura.

Por eso siempre he admirado las manos que son capaces de darle sentido a un lienzo u hoja de papel, llenándola de color, de movimiento, de emoción, de sentido.

No soy un fanático del arte pero siempre me han llamado la atención los retratos.

La capacidad de iluminar unos ojos o de registrar un mueca que penetra el alma inundando de sentimientos.

He llegado a la conclusión de que la Biblia es un autorretrato de Dios.

No hay imágenes de Él.

Cada vez que me aventuro por el texto bíblico siento como Su imagen se va esculpiendo en mi mente.

Y no me malinterpretes, no veo una figura o un color de ojos o de pelo.

Solo siento que lo conozco más.

Aunque a veces parece que me conozco menos.

Hay un salmo que me hace volver y volver a Él.

Porque me figura a Dios y me desfigura a mí.

“Bienaventurado el varón que no anduvo en consejo de malos, ni estuvo en camino de pecadores, ni en silla de escarnecedores se ha sentado; sino que en la ley de Jehová está su delicia, y en su ley medita de día y de noche. Será como árbol plantado junto a corrientes de aguas, que da su fruto en su tiempo, y su hoja no cae; y todo lo que hace, prosperará. No así los malos, que son como el tamo que arrebata el viento, Por tanto, no se levantarán los malos en el juicio, ni los pecadores en la congregación de los justos. Porque Jehová conoce el camino de los justos; mas la senda de los malos perecerá” Salmo 1 (RV1960)

Hay un varón único, especial, singular.

Un varón Íntegro, valiente, perfecto.

Ese varón es dichoso, justo y conocido por Dios.

Yo quiero ser así.

Sin importar la condición que se ponga o el obstáculo que tenga que enfrentar.

¿Quién en su sano juicio desearía maldición?

Yo no.

Muchas veces he leído este salmo como un listado de requisitos: no andar en consejo de malos, no estar en camino de pecadores, no sentarme en silla de blasfemos.

Muchas veces he dicho: “Vamos, cumple con esto y vas a tener todo lo que quieres: bendición”.

Y sucede una y otra vez que fallo.

Eso explicaba el por qué no tenía bendición.

Así que este texto me desfigura, me confunde, me destruye.

Y es que, espera, no soy malo.

No estoy maquinando maldades, atrocidades, ni nada por el estilo.

No ando en consejo de malos, ni con blasfemos, es más, hay cosas que repudio porque sé que no me convienen y no agradan a Dios.

Aún más.

Quiero conocer más a Dios, quiero aprender de Su Palabra.

“No entiendo lo que me pasa, pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco. Ahora bien, si hago lo que no quiero, estoy de acuerdo en que la ley es buena; pero en ese caso, ya no soy yo quien lo lleva a cabo, sino el pecado que habita en mí. Yo sé que en mí, es decir, en mi naturaleza pecaminosa, nada bueno habita. Aunque deseo hacer lo bueno, no soy capaz de hacerlo. De hecho, no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero… Así que descubro esta ley: que cuando quiero hacer el bien, me acompaña el mal. Porque en lo íntimo de mi ser me deleito en la ley de Dios… ¡Soy un pobre miserable! ¿Quién me librará de este cuerpo mortal?”

Romanos 7:15-19, 21-22, 24 (NVI=

Así, me encuentro en una encrucijada: Ni dichoso ni malvado.

No entiendo lo que me pasa.

No hago lo que quiero.

Deseo hacer lo bueno.

No soy capaz de hacerlo.

Y la desesperación viene a mi corazón.

¿Quién es, pues, el varón perfecto que habla este salmo?

Es cuando veo una vez más el autorretrato del Salvador.

Un día, leyendo este pasaje, me dije a mí mismo: “Tú no eres ese varón y nunca lo podrás ser…”

Y mientras convencido repetía esto, me vino a la mente “si hay un Varón que ha cumplido perfectamente esto, Jesucristo”

Entonces, entendí lo que este salmo realmente significa.

Mi bendición, mi prosperidad no depende de mi, sino del perfecto varón, de Jesús; en Él puedo ser bienaventurado.

Salmo 1 es una introducción a los Salmos y la llave que abre el entendimiento de cada uno de los 149 salmos restantes.

Apunta a un varón perfecto, único, dichoso y santo.

Y en la Escritura solo hay uno así: Jesús.

Entonces, necesito a Jesús, el varón perfecto.

Este salmo nos muestra el contraste entre pecadores y justos.

Más profundo es el contraste interno, me destruye y me muestra que en mis fuerzas, ni dichoso ni malvado.

No importa la imagen que dibuje de mi mismo.

No importan mis logros, tampoco mis fracasos.

Este salmo, como cada salmo confronta a los que confían en Dios de los que no.

Apunta a la realidad del creyente: Queremos agradar a Dios pero no podemos.

Cada salmo nos lleva a un climax donde la única solución está en Dios y lo único que puedo hacer en confiar plenamente en Él.

Hay un conflicto, una solución, una promesa, una bendición.

Nos muestra que la clave, la respuesta única del hombre a Dios, es confiar en el Varón perfecto, Jesucristo, poner toda nuestra esperanza en Él.

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