Al día siguiente, cuando salían de Betania, Jesús tuvo hambre. Viendo a lo lejos una higuera que tenía hojas, fue a ver si hallaba algún fruto. Cuando llegó a ella sólo encontró hojas, porque no era tiempo de higos… Llegaron, pues, a Jerusalén. Jesús entró en el templo y comenzó a echar de allí a los que compraban y vendían. Volcó las mesas de los que cambiaban dinero y los puestos de los que vendían palomas..” Mr. 11:12-13, 15
En nuestra cultura, el lunes es considerado el peor día de la semana.
Es “volver a la realidad”, al trabajo.
El domingo eres el “rey”; el lunes, el burrito que llevó al rey.
Para Jesús, el lunes de su última semana fue desafiante.
Primero, enfrentó una necesidad personal.
Jesús tuvo hambre, miró una higuera a lo lejos y esperó encontrar un fruto que comer, pero no lo halló.
Luego, Jesús enfrentó una realidad.
Tres años de ministerio en la tierra, milagros, enseñanzas, muchos kilómetros recorridos e Israel – la higuera- no creyó en Él, no hubo fruto.
A lo largo del Antiguo Testamento, podemos observar que Israel es el pueblo escogido por Dios, el siervo de Dios.
Dios escogió a Israel para ejecutar su plan eterno de salvación.
Ese plan de salvación tiene nombre y es un hombre, se llama JESÚS.
Israel fue llamado a ser un pueblo distinto, el pueblo del pacto de Dios.
Cientos de años atrás, en el Sinaí, en el desierto, Dios les había dado leyes y mandamientos, les había constituido en un pueblo distinto, en un instrumento de Dios para traer salvación a todos los pueblos de la tierra.
Después, en tiempos del rey David, surgió el anhelo por edificar un lugar permanente de adoración, un templo.
A David no le fue permitido construirlo pero hizo los arreglos necesarios para dejar todos los materiales y recursos necesarios para su edificación a disposición de su hijo Salomón, para que lo hiciera.
Así fue, Salomón edificó el templo, la casa de Dios.
Dios no habita en un templo hecho por manos de hombres, pero, había una fuerte representación en ese edificio; era un recordatorio de la disposición de Dios para escuchar las oraciones de su pueblo.
En esencia, era una evidencia más de la gracia de Dios para con Israel.
Después de maldecir a esa higuera, Jesús se dirige al templo.
Un templo que fue derribado por los babilonios; luego, reconstruido con muy pocos recursos, para que en los tiempos de Jesús fuera embellecido por los romanos.
Ese templo, con todo ese simbolismo se había convertido en un tianguis, en un mercado de la religión.
Israel no solo no había dado fruto, no había creído en el Enviado de Dios, en Jesús, sino que había pervertido la ley y el culto a Dios.
Un lunes difícil para Jesús, como para todos.
Los lunes son un buen día, son excelentes.
Son un buen día para planear la semana, para trabajar con fuerza y satisfacción.
Los lunes son un día para enfrentar nuestra realidad: Somos pecadores, somos infructuosos y religiosos; fallamos.
Hoy podemos reflexionar:
¿Qué fruto encontraría Jesús en mi vida?
¿Qué hay en mi corazón, fe y devoción o incredulidad y religiosidad?
Jesús maldijo una higuera y limpió el templo.
En ambos hechos podemos observar fuerza, intensidad, decisión y compasión.
Exactamente, lo que tú y yo necesitamos para enfrentar no solo los lunes, sino la vida misma.
Jesús, al mismo tiempo, estuvo dispuesto a sanar a ciegos y cojos.
Jesús está dispuesto a salvarnos de nuestra necesidad y realidad espiritual: somos ciegos y cojos.
No podemos creer por nosotros mismos.
No podemos caminar hacia Dios.
Jesús vino a nosotros.
Esa es una realidad que puede cambiar nuestra triste realidad.
Podemos arrepentirnos con todo el corazón y unirnos a la multitud de muchachos que estaban viendo a Jesús, para aclamar:
¡Hosanna al Hijo de David!
Aquí el resumen:
Una higuera.
Un templo.
Una necesidad.
Un Salvador dispuesto a rescatarnos de nuestra cruel realidad.
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