“Oísteis que fue dicho: Ojo por ojo, y diente por diente. Pero yo os digo: No resistáis al que es malo; antes, a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra;” Mateo 5.38–39
El Sermón del Monte es uno de los pasajes más conocidos de los evangelios.
No creyentes lo usan como bandera de valores y principios dignos de aplicar.
Creyentes pensamos que en este famoso sermón, Jesús establece los lineamientos de su reino.
Este sermón comienza con las bienaventuranzas y después continúa con una exposición de los diez mandamientos, donde Jesús les da el sentido y aplicación correcta.
Hay una referencia que es desafiante para cualquier persona en cualquier época.
¿Poner la mejilla en lugar de marcar mi puño en el rostro del que me ofende?
¡Cuánto daño puede hacer el resentimiento!
Mata seres en vida, destruye personalidades, roba el futuro.
A toda escala el resentimiento acaba, arrasa en un instante lo construido con esfuerzo y dedicación; como las inundaciones, donde se pierde todo.
Cuando veo el rostro del “delincuente del día” escoltado por policías; a un legislador en tribuna; al chofer del transporte público víctima de la extorsión del policía de tránsito; al empleado agobiado esperando su quincena; cuando deambulo por las calles y miro a mis compatriotas, veo resentimiento.
Cuando veo los que ganaron o los que perdieron; los que votaron o los que no lo hicieron.
¡Cuantas expectativas después de esta elección!
Y con todo, veo resentimiento por hacer lo que no se quiere, por vivir lo que no se quiere vivir.
Sé que es fuerte definir un sentimiento así, como resentimiento.
¿Quién soy yo para afirmarlo?
Podríamos aligerar el contenido emocional del sentimiento atravesado y calificarlo de angustia, desesperanza, depresión, hastío, etcétera. La cosa no cambia mucho.
El resentimiento se cura con el perdón.
“Soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro.” Colosenses 3:13
El perdón es producto de una actitud de responsabilidad personal, de aceptación del error y de asumir consecuencias. De pensar en el otro y no sólo en mí.
Comienza cuando entendemos que como sociedad compartimos un mismo espacio y tiempo. Compartimos todo, el aire, el agua, los problemas y los desafíos. Compartimos la misma condición del corazón: orgullo. Compartimos el mismo rostro, donde podemos recibir un beso o una cachetada.
¿Dónde queda el resentimiento, cuando dos personas que no se toleran llegan a un mismo sitio donde se evitan y al encontrarse con un amigo en común le saludan de beso, ambas, lo hacen en la misma mejilla?
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