De día Jesús enseñaba en el templo, pero salía a pasar la noche en el monte llamado de los Olivos, y toda la gente madrugaba para ir al templo a oírlo. Faltaban sólo dos días para la Pascua y para la fiesta de los Panes sin levadura. Los jefes de los sacerdotes y los maestros de la ley buscaban con artimañas cómo arrestar a Jesús para matarlo. Por eso decían: «No durante la fiesta, no sea que se amotine el pueblo.» Lucas 21:37-38, 22:1-2
Jesús enseñó en el templo.
La gente, ansiosa, muy de mañana iba a escucharlo.
No hubo preguntas, no hubo controversias teológicas.
Jesús hablaba, la gente escuchaba.
En su boca había instrucción fidedigna; en sus labios no se encontraba perversidad. En paz y rectitud caminó conmigo, y apartó del pecado a muchos. »Los labios de un sacerdote atesoran sabiduría, y de su boca los hombres buscan instrucción, porque es mensajero del Señor Todopoderoso. Mal 2.6-7.
Este día, esos líderes religiosos dejaron los enfrentamientos públicos con Jesús para reunirse en secreto.
Jesús hablaba.
Los líderes religiosos callaban.
En lo íntimo maquinaban matarle.
Artimañas y engaños.
Arrestar a Jesús, evitar un amotinamiento del pueblo y asesinarle.
¡Qué contraste!
Los “principales sacerdotes” frente al “sumo sacerdote de la fe”
Jesús enseñaba con verdad, confiadamente, en el templo, en un lugar público.
Los principales sacerdotes, escondidos, con la mente ideaban, pero con el corazón ya habían cometido homicidio.
Hay que escuchar a Jesús.
Hay que reconocer Jesús nos ha causado confusión.
Un día queremos escucharle; el otro, evitarle.
¿Por qué?
No somos mejores que esos religiosos.
No somos mejores que la gente escuchando.
Hoy es un buen día para aceptar el complot que hay en nuestro corazón.
Necesitamos a Jesús.
Necesitamos un Salvador.
Necesitamos que Él nos rescate de las inclinaciones de nuestro corazón.
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