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La clave del éxito está en mi relación con la Biblia

Josué tuvo la misión de introducir al pueblo de Israel a la tierra prometida en Canaán.

Habría que pelear con naciones fuertes, numerosas y preparadas para la guerra.

El pueblo de Israel era una multitud de vagabundos del desierto, cansados, desarmados, sin adiestramiento militar.

Por la incredulidad del pueblo, una jornada de once días se convirtió en treinta y ocho años deambulando por el desierto. Tuvieron miedo de ir y conquistar Canáan, la tierra prometida; quisieron regresar a Egipto a pesar de la promesa de Dios de entregárselas.

Una generación murió en el desierto.

Solo sobrevivieron Josué y Caleb.

Era una tarea complicada para Josué, un hombre de ochenta y cinco años de edad, quien por supuesto se siente abrumado por la encomienda.

Está solo. Su mentor y líder, Moisés, murió hace unos días.

Está a cargo de una misión complicada y de un pueblo obstinado.

Josué recibe la instrucción de Dios de cruzar el Jordán, avanzar a la tierra prometida.

Dios le garantiza a Josué que irá con él, que nadie le podrá hacer frente.

Dios le pide a Josué valentía y entrega, pero sobre todo, le hace saber que su éxito depende de su relación con un libro, el libro de la ley.

“Nunca se apartará de tu boca este libro de la ley, sino que de día y de noche meditarás en él, para que guardes y hagas conforme a todo lo que en él está escrito; porque entonces harás prosperar tu camino, y todo te saldrá bien.” Josué 1:8 (RV 1960)

Josué sabe bien a qué libro de la ley se refiere Dios.

Hay que remontarnos cuarenta años atrás, cuando el pueblo de Israel salió de Egipto.

Después de los milagros y señales hechos por Dios el pueblo iba camino al encuentro de Dios en el desierto.

El pueblo está agotado, no están preparados para pelear y son sorprendidos por una horda salvaje de amalecitas, que los ataca por la retaguardia.

Los de atrás son los más débiles, los rezagados.

Los amalecitas atacaron e hirieron sin piedad.

Moisés tiene que responder a este ataque. Llama a Josué para organizar la defensa.

Josué convoca a los hombres y responden el ataque.

El texto nos hace ver una batalla intensa.

El pueblo de Israel, en desventaja, obtuvo la victoria por la intervención de Dios.

Josué vivió en carne propia la crueldad del enemigo, la fiereza del desierto.

No podrían solos. Necesitaban a Dios.

“Y Jehová dijo a Moisés: Escribe esto para memoria en un libro, y di a Josué que raeré del todo la memoria de Amalec de debajo del cielo.” Éx 17.14.

Dios manda a Moisés escribir un libro.

Dios le pide a Moisés que le haga saber que Él mismo acabaría con los amalecitas.

Este mensaje es una promesa para Josué y es también el anticipo de la tarea a que Dios le había llamado.

Unos meses después, el pueblo arriba al Sinaí, donde Dios tiene un encuentro con Moisés para recibir la ley y hacer un pacto con ellos.

En ese libro se registrarían las batallas, las promesas y las instrucciones de Dios.

El éxito para Josué significaba introducir, conquistar y repartir la tierra prometida al pueblo de Israel.

El éxito de Josué dependía de su relación, de su cercanía con ese libro, el libro de la ley.

“Nunca se apartará este libro…”

Josué debería estar pegado a ese libro.

Josué debería tener pegado ese libro a su mente.

Una relación cercana, estrecha, íntima.

El éxito en la vida depende de la relación que tengo con la Palabra de Dios.

¿Por qué?

La Palabra de Dios define quién soy, mi misión y mi propósito.

Este verso no dice que tendremos éxito en todo lo que nosotros querramos.

Este texto dice que tendremos éxito en lo que Dios nos ha llamado a hacer, de acuerdo a las instrucciones que Él mismo nos da.

Desde la perspectiva de Josué, el libro de la ley no es un código de conducta.

La ley es mucho más que eso, es un libro que explica a Dios como el Salvador y establece a Israel como su pueblo. 

La ley, entonces, es un pacto. Es la manera en que el pueblo de Israel debía y podía relacionarse con Dios.

Tenemos que recordar, Josué nació en Egipto.

Josué vivió la opresión en Egipto y la liberación.

La última plaga mandada por Dios fue la muerte de los primogénitos.

Dios mandó a todo el pueblo de Israel celebrar un ritual, la pascua, que consistía en sacrificar un cordero: Una parte se prepararía para comer en una cena especial; el resto se quemaría en las brasas. Con la sangre de ese cordero debía marcarse el marco de la puerta de la casa. Así la plaga no visitaría esa casa para quitar la vida al primogénito de esa familia.

Josué era hijo de Nun, de la tribu de Efráin.

Pudo ser el primogénito de su papá o no. (Josué 1:1; 1 Crónicas 7:27).

En ambos supuestos, Josué fue testigo del poder de Dios.

Dios ordenó algo y se cumplió.

Los resultados son evidentes y contundentes. En cada familia de Egipto, murió un primogénito. Mientras que entre el pueblo de Israel, quienes celebraron puntualmente el ritual de la pascua, no solo fueron preservados los primogénitos sino, todo el pueblo obtuvo la liberación total y abandonaron Egipto.

Entonces, el libro de la ley, las Palabras de Dios contenidas ahí, son reales y definitivas.

Ese libro de la ley definió el destino, la misión, el quién del pueblo de Israel y más tarde, de la vida de Josué.

Unos meses antes de morir Moisés, convocó a todo el pueblo para designar a Josué como su sucesor.

Y llamó Moisés a Josué, y le dijo en presencia de todo Israel: Esfuérzate y anímate; porque tú entrarás con este pueblo a la tierra que juró Jehová a sus padres que les daría, y tú se la harás heredar. Y Jehová va delante de ti; él estará contigo, no te dejará, ni te desamparará; no temas ni te intimides. Y escribió Moisés esta ley, y la dio a los sacerdotes hijos de Leví, que llevaban el arca del pacto de Jehová, y a todos los ancianos de Israel. Y les mandó Moisés, diciendo: Al fin de cada siete años… leerás esta ley delante de todo Israel a oídos de ellos… para que oigan y aprendan, y teman a Jehová vuestro…” (Dt. 31:7-12)

Moisés le dijo a Josué, las mismas palabras que Dios directamente le habló a Josué y están registradas en el capítulo uno de su libro.

Ahora, frente a la responsabilidad de la encomienda, Dios le recuerda a Josué donde va a encontrar el éxito: Debe ir personalmente al libro de la ley de Dios.

Cercanía física. Presencia en la mente. Obediencia.

Necesitamos estar cerca del “libro”.

Necesitamos tener una Biblia, usarla, leerla, anotar, subrayar, llevarla con nosotros.

Está de moda los dispositivos electrónicos. Es una bendición. No dejemos de tener una Biblia física. Nada puede sustituir esa experiencia.

Espiritualmente, sirve poco tener una Biblia en nuestras manos si no valoramos el contenido, el mensaje.

En la Biblia encontraremos cosas fáciles de comprender. No por ello debemos dejarlas de lado. Tampoco las cosas que son difíciles de entender. En ambos casos, necesitamos relacionarnos con el contenido de la Biblia, hablarlo, meditarlo, recitarlo, escribirlo, hacerlo nuestro.

La Palabra de Dios es la que define qué debo hacer, cómo debo comportarme, cómo cumplir la misión.

El éxito en nuestra vida depende de mi relación con la Escritura porque el hacer, el cumplir, el obedecer está ligado a mi cercanía con la propia Escritura.

No hay poder en mí para obedecer. El poder está en la Palabra de Dios.

La Palabra de Dios nos enfoca en lo que debemos hacer en este mundo y eso nos lleva a tomar decisiones, hacer a un lado cosas, actividades, etcétera, que nos distraen del propósito de Dios para nuestras vidas.

Como creyentes hemos sido llamados hijos de Dios y, por lo tanto, llamados a comportarnos como hijos de Dios.

Esto implica vivir en obediencia y diferencia en el mundo, vivir en nueva vida y conquistar la inclinación natural a pecar, que está en nosotros.

Tendremos éxito en esta conquista en la medida de nuestra relación con la Escritura.

El éxito en la vida depende de la relación que tengo con la Palabra de Dios.


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