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En qué consiste el amor

Foto del escritor: Leer La BibliaLeer La Biblia

Juan, en su evangelio se nombra como “el discípulo a quien Jesús amaba”

(Jn. 13:23; 21:7, 20)

¿Habrá tenido Jesús un discípulo preferido?

No lo creo.

¿Juan se excedió con ese título?

Tampoco. No hubo presunción.

Simón era apodado ”piedra”. (Pedro)

A Tomas le decían “el gemelo”. (Dídimo)

Juan y Jacobo, “hijos del trueno”. (Boanerges)

No sería extraño que el sobre nombre de Juan fuera “el amado”.

El nombre que usa Juan es “el discípulo a quien Jesús amaba”.

No, “el discípulo que Jesús prefería”. Tampoco, “el discípulo consentido de Jesús”

Juan entendió, antes que todos los otros discípulos, el amor de Jesús.

El amor de Jesús le dio sentido e identidad.

La identidad de Juan ya no dependía de su comportamiento, de su presencia física, de sus recursos, de sus capacidades. No estaría condicionado a sus miedos, fracasos y errores.

“¡Fíjense qué gran amor nos ha dado el Padre, que se nos llame hijos de Dios! ¡Y lo somos! El mundo no nos conoce, precisamente porque no lo conoció a él.” 1 Juan 3:1 NVI

Cierto, el mundo no nos conoce, ya no nos identifica.

Ahora somos identificados en Él, en su amor, nos ha adoptado como hijos de Dios.

Juan un anciano, habiendo sobrevivido a martirio y destierro, con franqueza explica en qué consiste el amor:

“En esto conocemos lo que es el amor: en que Jesucristo entregó su vida por nosotros. Así también nosotros debemos entregar la vida por nuestros hermanos.” 1 Juan 3:16 NVI

El capítulo 21 del evangelio de Juan es una ilustración del amor.

Es una historia que nos permite ver la Biblia en alta definición: Vivirla, sentirla, respirarla, amarla.

Este pasaje lo he leído muchas veces a lo largo de mi vida. Me produce nostalgia, me hace llorar.

Este pasaje es hermoso, por el lado que lo veamos.

¿Por qué?

Por el amor que hay derramado en estas líneas.

Estos hombres estaban acabados. Sus vidas aparentemente frustradas.

Se fueron con Jesús, dejaron todo.

El hombre a quien siguieron, Jesús, el Hijo de Dios, el Mesías; el que todos esperaban y el que nadie reconoció. Al que aprehendieron y crucificaron. A quien Pedro negó y Juan quería servir como ministro de hacienda o de gobernación.

Ese hombre, siendo Dios, se había ido.

Antes fue detenido, sentenciado a morir injustamente; salvajemente herido falleció en una cruz.

Cada uno de estos hombres habría pasado la experiencia más tremenda de sus vidas.

Pero ahí estaban juntos, creyendo a la palabra de Jesús ya resucitado: “Los veo en Galilea”

Débiles hombres, pecadores, ex pescadores.

Ahí estaban.

Esperando a Jesús resucitado por tercera vez.

Pescaron, hasta el amanecer sin éxito; desvelados y hambrientos tuvieron que recibir el consejo de un carpintero que desde la playa les gritaba para indicarles donde echar las redes; desayunaron juntos con Jesús, pan y pescado asado, comida preparada por el Señor.

Después, Jesus y Pedro tienen una charla personal, intensa donde hablan de la clave del ministerio: Amor.

Y el amor está presente porque Pedro sin darse cuenta está siendo restaurado en su ministerio.

Y el día avanza.

Caminando en la playa, estando juntos, es tanto el amor que hasta hay lugar para la ironía “Señor, ¿y este, qué?”

“Queridos hermanos, amémonos los unos a los otros, porque el amor viene de Dios, y todo el que ama ha nacido de él y lo conoce. El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor. Así manifestó Dios su amor entre nosotros: en que envió a su Hijo unigénito al mundo para que vivamos por medio de él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y envió a su Hijo para que fuera ofrecido como sacrificio por el perdón de nuestros pecados.” 1 Juan 4:7-10 NVI
 
 
 

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